miércoles, abril 30, 2008

Escribir un libro, plantar un árbol, tener un blog

Libro o blog, libro y blog. Los libros son y seguirán siendo; son objetos tan útiles como las tazas y las cucharas. En los blogs desaparece la -molesta, a veces- figura del editor, ese que lidia con costos y ventas. El blog tiene distintos usos (pedagógicos, familiares, personales, narcisistas, etc.) y, en estos tiempos, es la gran alternativa que ofrece la tecnología para "autorizarse" y llegar a los lectores. Quien no pretende ser leído, que no publique: para eso están las gavetas y los archivos electrónicos personales.

El libro es como una taza

Miguel Huezo Mixco

Cuando le preguntaron al pensador francés Michel Foucault que era para él un libro, respondió: una caja de herramientas. Desde aquel momento hasta nuestros días, ha corrido mucha agua. El mundo del libro ha experimentado transformaciones inimaginables. Por ejemplo, Google books está construyendo una gigantesca biblioteca en formato electrónico a través de la Web, lo que lleva a muchas personas a hablar del “fin de los libros”.

Esta profecía no tendrá lugar: el libro es un artefacto insustituible... como una taza. Nunca va a desaparecer. Los libros, sin embargo, no existen por sí mismos. Nacen de la antigua tensión entre autores y lectores. La cuarta pata de esa mesa son los editores. Libros, autores, lectores y editores, los cuatro se necesitan unos a otros.

Pensaba estas cosas después de leer (Revista dominical, 20 de abril, 2008) las expresiones de dos personas vinculadas al mundo del libro en El Salvador. Por un lado, Brenda Guadrón, de Editorial Santillana, asegura que su niña de ocho años escribe mejor que muchos autores. Esta declaración podría ser entendida solo como la típica expresión de una madre fanatizada de amor, sino fuera porque ella representa en este país a uno de los mayores consorcios editoriales en lengua española.

Por su parte, en la misma publicación, Henry Marcel Vargas, de UCA editores, reitera la posición de la editorial universitaria de no publicar libros que no sean un potencial éxito de ventas. Las declaraciones de Vargas no dejan lugar a dudas de que hasta los “progres” han aprendido a razonar como los tiburones del mercado.

Me apresuro a decir que a nadie se le puede pedir que tire el dinero. Si recojo las expresiones de Guadrón y Vargas es solo para hacer evidentes las contradicciones que se viven hoy en el mundo del libro. Los argumentos de los editores citados respecto de la poca calidad y la nula rentabilidad de la mayoría de obras de autores salvadoreños llevan a pensar que los únicos libros que merecen publicarse son los que se venden bien. Lo cual nos deja culturalmente más pobres. La producción de libros no debe quedar solo en manos privadas.

Los bosques, por cierto, no son rentables, como no sea para hacer leña; sin embargo, la gente los necesita no sólo por la belleza del paisaje. Su valor suele hacerse evidente demasiado tarde, cuando los procesos de desertificación ya son difíciles de revertir. La literatura y las artes pueden compararse con los bosques. Y pese a que el proceso de desertificación de nuestra cultura se ha hecho más que evidente, con sus secuelas de violencia, crimen, autoritarismo, corrupción y colisiones sociales, pocos se imaginan que ese proceso de descomposición del estado de ánimo nacional tiene alguna relación con la ausencia de la enseñanza del arte en las escuelas y el casi nulo acceso a la lectura.

Las relaciones del mercado son un aspecto central de la vida, pero han mostrado ser incapaces, por sí solas, de asegurar la integración subjetiva de la sociedad y la creación de un “sentido común” colectivo. Aunque a los “liberales” más ortodoxos les suene a sacrilegio, hay que volver a insistir en que las artes y las letras no deben regirse solamente por la lógica del mercado. Una lógica, como se mira, que también ha penetrado hondo en el mundo del libro.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 1 de mayo de 2008)

Bloguerías en el aula de redacción

María Tenorio

Me quedé sorprendida cuando supe que mis estudiantes, cuyas edades oscilan entre 17 y 19 años, no sabían qué era un blog. Cuando se los pregunté, a inicio del ciclo, en febrero de este año, se quedaron con cara de qué-es-eso. Si acaso habían tenido contacto con los blogs, ninguno sabía cómo funcionaban: ninguno era bloguero activo. Dadas las facilidades tecnológicas que ofrece la institución donde imparto clases de redacción, decidí iniciar a los muchachos en las bloguerías desde el salón de clases.

Pero antes de referir esta experiencia, le pregunto ¿usted sabe qué es un blog? Es un tipo de sitio web donde una persona o grupo publica textos, videos, fotos, sonidos y vínculos a otros sitios web en orden cronológico, a la manera de un diario personal. La palabra "blog" es la abreviatura de web log o, en castellano, bitácora en línea. Lo que usted lee ahora es una "entrada" en el blog Talpajocote.

Para montar un blog usted no tiene que pagar cinco centavos ni pedir permiso a nadie. La figura del editor desaparece. Usted solo debe tener algo que publicar. Aprovechando esas ventajas fue que decidí iniciar un semillero de blogs entre mis 35 alumnos usando Blogger, el servicio gratuito de creación y mantenimiento de blogs. Organizados en grupos, los jóvenes debían abrir un blog sobre cualquier tema que les apeteciera, presentarlo en clase y dejarlo flotando en el ciberespacio. El requisito mínimo era que "colgaran" textos escritos y que los acompañaran de otros elementos visuales o audibles.

De los trece blogs que resultaron de esta aventura multimedia he seleccionado una muestra de los más destacados por su calidad, creatividad o, sencillamente, porque en ellos aprendí algo nuevo. Pase adelante dándole clic al título de cada blog.

Policrítica TV, creación de Azucena Menjívar, Rodrigo Calderón y Brian Pineda, ofrece críticas de los programas de televisión Otro rollo, Chivísimo y Two & a Half Men. Los blogueros asumen la posición de espectadores y de críticos. La producción nacional Chivísimo queda tan mal parada que me tienta ver alguna vez ese programa.

¿Paz? se presenta como "crítica de la realidad social salvadoreña" con textos y fotos acusadores de la ausencia de paz en el país. Néstor Mejía Turcios, Jeimi Córdova y Rubén Rivas son sus autores. Aquí, cómo ven la posposguerra unos chicos que estaban balbuceando sus primeras palabras mientras se firmaban los Acuerdos de Paz.

Gorditos y flaquitos muestra anécdotas, consejos y reflexiones en torno a la presión social por evitar el sobrepeso. Este blog de Laura Arévalo, Fernando Galdámez y Dixon Rivera incorporó videos de cinco entrevistas realizadas en un centro comercial para indagar más sobre el tema. La entrada "El lunes empiezo mi dieta" me persuadió de comenzar a hacer ejercicio.

Bitácoras se titula el blog que Jorge Melara, Ana Simán y Jorge Ábrego montaron con experiencias de sus viajes por Israel, las pirámides de Teotihuacán en México y las montañas nevadas de Boone en Carolina del Norte. Este blog me planteó el reto --como bloguera reciente-- de intercalar fotos en el texto.

"Conga mix" de la música en El Salvador explora opciones de consumo musical. Los blogueros Ileana Cuéllar y Esaú Menjívar hicieron de periodistas, cámara en mano, en el pasado Festival Verdad que tuvo lugar en la Universidad Centroamericana. En este blog aprendí que "mosh" no es solamente lo que desayuno todos los días.

La experiencia con las bloguerías en el salón de clases es repetible. La dimensión pública del blog añade un componente de responsabilidad respecto de lo que se dice y de cómo se dice. Además, armar un blog es un juego más rico que redactar en un procesador de textos e imprimir el resultado final en papel bond tamaño carta. Soy amiga de usar la tecnología en el aula.

miércoles, abril 16, 2008

Róger Lindo y el planeta que estalló

Miguel Huezo Mixco

Ha publicado un solo libro de poemas y una novela. No creo que se le haya visto en un festival de poesía. Tampoco es un personaje habitual de los encuentros de narradores. Su nombre es Róger Lindo. Tiene poco más de 50 años, vive en Los Ángeles (California) donde ejerce el periodismo. Es un hombre tan reservado que suele volverse invisible. De hecho, su presencia en la literatura salvadoreña desafía hasta a quienes presumen de estar bien informados.

Independientemente de cuántos lo conozcan, sus (hasta ahora) dos únicos libros lo han instalado como un poeta y narrador de primera línea. Su vida está entrelazada con el conflictivo periodo de los años 70 y 80, pero su obra está muy lejos de ser un testimonio de su paso por las organizaciones sociales o los campamentos de Chalatenango.

Su libro de poemas “Los infiernos espléndidos” (1998) transcurre más bien entre los matorrales de las pasiones interiores: se escuchan más los suspiros del alma que los estallidos de los cazabobos. De su padre nicaragüense heredó la admiración –que yo comparto-- por una de las tradiciones poéticas más ricas de la lengua española: la de Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos. Su novela “El perro en la niebla” (2006) es una obra de ficción que cuenta las andanzas de un joven entre las encrucijadas de una era. Sus libros son, y no son, eso que frecuentemente se nombra como poesía o novela “de la guerra”.

Cuando la guerra terminó, Róger quiso instalarse en México pero los planes no funcionaron. Comenzó a ganarse la vida haciendo periodismo mientras su mujer terminaba la carrera de medicina en California. Las circunstancias les hicieron quedarse en Los Ángeles. Róger es de los que piensan que la distancia no le impide vivir en El Salvador las 24 horas del día. “He salido del país, pero este no ha salido de mí en ningún momento”, asegura. A sus hijos, crecidos en un barrio acomodado de Los Ángeles, les dice que viene de un planeta que estalló, pero adonde siempre vuelve. No ha erigido con su pluma un altar a la mentira, ni besa el híspido anillo del poder como un mono satisfecho. Tampoco se propone como un héroe.

La atención del público y los políticos de Estados Unidos hacia la condición de los salvadoreños en el norte se debe en parte a la pluma de Róger. Él fue uno de los primeros que escribieron de manera sistemática sobre el nuevo país salvadoreño que había nacido en Estados Unidos. Ese era el tema habitual de las columnas que escribía para la revista Tendencias, la principal publicación salvadoreña de la postguerra. Luego, hizo algo similar para La Prensa Gráfica, cuando su sección de cultura valía la pena.

Frente a la obra de Róger Lindo no puedo, ni quiero, usar el antifaz de la “crítica imparcial”. Admiro su obra y su persona, y quiero que sus libros, tan francos, tan exigentes, sean leídos y apreciados por más personas. Desafortunadamente, su novela, publicada en España, no ha llegado a El Salvador. Quizás no llegará. Con Róger, Horacio Castellanos Moya y Roberto Rodríguez (un escritor todavía secreto) constituimos hace años un colectivo que jamás intentó proponerse como una “generación”, ni siquiera como un “grupo literario”. Desde la literatura y la vida, cada uno, a su manera, estamos volviendo, todas las horas, a ese planeta que estalla en pedazos.

(Publicada en La Prensa Gráfica, 17 de abril, 2008)

Las aventuras de Guille

María Tenorio

Por curiosidad abrí, hace pocos días, la autobiografía de un excomandante guerrillero en el estante de una librería capitalina. No pude leer ni el primer párrafo de un capítulo al que llegué por azar. Mi rechazo vino del encuentro con el típico discurso ideológico trasnochado sobre la guerra civil. Donde esperaba encontrar una narración hallé sociología mal escrita. Me dio tristeza y rabia. Para entonces ya había caído en mis manos la novela de Róger Lindo. Cuando comencé a leerla desconocía de qué iba: su título,
El perro en la niebla (Bilbao, Verbigracia, 2006), no me ofrecía pistas. Aquí les cuento por qué seguí leyéndola hasta dar cuenta y disfrutar de sus 233 páginas.

En el libro de Lindo me encontré con un joven sansalvadoreño de clase media que se involucra con el movimiento obrero y termina convirtiéndose en guerrillero, yéndose a la montaña. Un ejemplo de novela de formación, es decir, una sucesión de pruebas que hacen ser y crecer a un personaje literario. Guille, el protagonista, narra en primera persona una serie de aventuras que adultecen su mundo recién salido de la adolescencia: el amor, el trabajo, el compromiso político y la lucha armada, remojados en sobrias dosis de sexo, trago, "mota" y sangre.

El lenguaje de aquel otro libro que les contaba, cuyo título ni siquiera recuerdo, está ausente en la novela de Lindo. La virtud de esta es que escapa de los clichés con los que muchos siguen hablando de la guerra civil. El lenguaje de
El perro en la niebla es narrativo y literario en el buen sentido de la palabra. Como dice Jacinta Escudos: "hay algo en su manera de contar que resulta muy efectivo y es la ausencia total del discurso ideológico. Guille no trata de explicarnos por qué se convierte en militante ni convencernos de que lo que hace es lo correcto o de que 'su lado' de las cosas es el bueno". En esta novela los acontecimientos nunca son tratados como eventos externos y distantes, que merecen explicaciones totalizantes o académicas. Todo lo contrario. Son contados desde ese personaje que recuerda lo vivido desde la intimidad.

Con pequeños descansos en la casa de su madre, en los brazos de Ana Gladys o bajo el cielo abierto de la montaña, Guille --o Pablo, como se conocerá en la guerrilla-- supera los obstáculos que se le presentan en su día a día. Su viaje narrativo inicia y se desarrolla en su mayor parte, con un par de zapatos bien lustrados, en las calles de San Salvador. A medida que pasan las páginas, la ciudad que comparto con el narrador/activista revolucionario se torna inhóspita; un lugar ruidoso donde nadie tiene paz. A muchos expulsa al exilio laboral en el norte. A Pablo lo manda a las montañas, donde extraña no solo la pasta de zapatos, sino también las sorbeterías y las salas de cine adonde solía ir "para matar el tiempo con espejismos queridos". Ahí se convierte en guerrillero, con su "fierro" al hombro y un par de libros en la mochila. El relato termina con una misión en el norte, en Hollywood, destino de migrantes salvadoreños y también de actores españoles.

El perro en la niebla,
explica su autor, "
es esencialmente una obra de imaginación, aunque esta discurre sobre los carriles del pasado y la experiencia vivida". Escrita entre Quezaltenango, Guatemala, y Los Ángeles, California, la novela de Lindo, lamentablemente, no llega aun --tras casi año y medio de haber sido publicada en Bilbao, España-- a las librerías sansalvadoreñas.

La novela
Descargue los primeros cinco capítulos de la novela

Reseñas
De Jacinta Escudos, en Jacintario
De Alberto Barrera, en Diario Colatino

Ancas de reina mulata



















Róger Lindo

no no no dice la matrona
reprensiva
cuando mis ojos se extasian:
esa ninfa es la más bella —pero nunca se sabe
pues la otra es natural light rapsberry—
respiro inefable erecto despeinado
el mismo diablo con cajita de lunch
para siempre herido
por ese par de hermanitas

********

ancas de reina mulata
en el supermercado
los lacteos giran
trepidan las jaleas
y mi corazón es un chimpancé


miércoles, abril 02, 2008

¡Estamos en la calle!

Ah, la calle... Las paredes oyen, decían las abuelas. También hablan, gritan, agreguemos. En estas calles tiene lugar una enconada disputa por las palabras, las imágenes y las representaciones. En los espacios públicos se emprenden todo tipo de causas. Los payasos intentan educar, las arroceras invitan a la liberación. La publicidad nos advierte que todo está por verse. La payasofía de la liberación. No hay nada sagrado.

Las palabras ¿tienen dueño?

María Tenorio

Las palabras --el lenguaje, el discurso o como usted quiera decirle-- no pertenecen a nadie. No son de nadie. Todo el mundo las usa, las lleva y las trae para donde le place. En este breve texto quiero cuestionar esa aparente "verdad" de sentido común con un ejemplo tomado de las calles metropolitanas, leído a la luz de una reflexión del filósofo francés Michel Foucault. Para este maestro de la sospecha, el lenguaje "no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse". ¿Adueñarse de las palabras? Lea los siguientes párrafos y juzgue usted.

El rosa fuerte y el morado son parte del lenguaje que, en las calles de esta ciudad, desplegaron dos "movimientos de mujeres" muy disímiles, en naturaleza y en poder, algunas semanas atrás. Primero en el tiempo fue el "Movimiento por la Mujer Libre" que se expresó en mupis y vallas publicitarias con leyendas como la que usted ve en la foto de arriba. A esa campaña de expectación siguió el lanzamiento del producto anunciado: los frijoles rojos embolsados de la marca San Francisco. El supuesto "movimiento feminista" resultó ser un ardid publicitario que interpelaba a las mujeres (excluyendo, de entrada, a los hombres que cocinan) a evitar el trabajo que implica preparar frijoles fritos y usar ese tiempo liberado en actividades de otra naturaleza.

Interpeladas, y muy molestas, se sintieron las del Movimiento de Mujeres, esta vez un grupo de organizaciones feministas que, con sus nombres propios y logos, respondieron a la campaña de la Arrocera San Francisco con una pega masiva de carteles. "No se confunda. Los derechos no son mercancía", rezaban estos desplegados de respuesta que vi por primera vez en el exterior del estadio Mágico González y que aparecen en la franja derecha de este blog.

Los movimientos, las libertades y las mujeres de estas dos formas de "publicidad" (en el sentido de lo que se hace público) reclaman, cada uno para sí, el derecho de usar el discurso para sus propios fines. Por una parte, la publicidad, como la entendemos normalmente, toma prestados registros y discursos para "darles vuelta" y ponerlos de cabeza: lo serio lo vuelve jocoso; lo político, comercial. En este caso se ha apropiado del lenguaje de la lucha reivindicativa por los derechos de la mujer y ha creado, a partir de este discurso, mensajes para vender frijoles. El resultado es una parodia, demasiado grande y demasiado visible para que los espectadores nos creamos el cuento de que se trata de la liberación femenina.

Por otra parte, organismos feministas se reapropian de los colores de la campaña comercial para responder desde su posición política y beligerante a la trivialización publicitaria de un lenguaje que ejercen con la autoridad de la tradición. Ese discurso "pertenece" al campo de lucha de los movimientos sociales. En las exposiciones de este Movimiento de Mujeres, el tono que usó la publicidad se pone serio al tiempo que se reduce de tamaño: no hay mupis, vallas ni gigantografías, sino hojas de papel --impresas a color, eso sí-- pegadas con cola sobre postes y muros. El poder se mide en acceso a recursos. Entre estos se incluye el papel y el uso del espacio. Las palabras escritas necesitan una superficie para mostrarse.

¿Que las palabras no son de nadie y están allí para usarlas como nos dé la gana? Las palabras vierten tensiones sociales y no es posible aislarlas de las prácticas cotidianas ni de las condiciones en que se producen. ¿Puede la publicidad usar cualquier tipo de discurso para vender productos? La sociedad misma hace advertencias y llama la atención sobre los usos apropiados y los inapropiados del lenguaje.

Vínculo de interés
"Libertad en una bolsa de frijoles", revista digital Contrapunto

La invencible basura

Miguel Huezo Mixco

¿Cuántos payasitos harán falta para convencer a la gente de que no tire basura a la calle? Es muy difícil saberlo. Lo cierto es que se necesitará mucho más que campañas publicitarias. Poco antes de las vacaciones de Semana Santa, el ministro de Turismo, Rubén Rochi, alentó a la gente para que penara con una “tarjeta roja” a quien echara basura en los espacios públicos. Tras el lanzamiento mediático, una brigada de mimos pagados por el MITUR o sus patrocinadores, salió a las calles. Los artistas aprovechaban el poco tiempo de los cambios de luz en los semáforos para concientizar a los automovilistas. Muchas personas y amigos del ministro aplaudieron la iniciativa.

La idea no es muy original. Antanas Mockus la realizó con enorme éxito, a partir de 1995, en la alcaldía de Bogotá, Colombia. En este caso, los mimos y las tarjetas eran solo la parte lúdica (y la más fácil de imitar) de un amplio plan de fortalecimiento de la convivencia y la cultura ciudadana. Ese plan incluyó, entre otros aspectos, desarmar a la población y reanimar los espacios públicos. La hipótesis de Mockus era simple: existe un divorcio entre la ley, la moral y la cultura. Para saltar esa brecha, se debía otorgar un valor cultural y moral a las prescripciones legales, y combatir la justificación o la aceptación social de los comportamientos ilegales.

Allí entraron los mimos. Las tarjetas se reprodujeron por millares y se distribuyeron entre peatones y conductores de vehículos. La cara roja de la tarjeta fue utilizada para censurar comportamientos indebidos por parte de peatones o de conductores de vehículos. La cara blanca servía para reconocer o agradecer comportamientos ciudadanos positivos. Como resultado del plan de Mockus, entre 1995 y 1997, en Bogotá bajó el número de muertes violentas, hubo ahorro de agua, se respetaron los pasos peatonales y, de paso, se redujo la basura.

Como lo prueba el salvadoreño MITUR, una buena medicina no sirve para todos los pacientes. Después de que la campaña fue lanzada y los funcionarios entrevistados, llegó la vacación. Los mimos se fueron de paseo. En la ciudad se impuso el espectáculo de la basura. No sólo en San Salvador. Una muestra espantosa fue la suciedad en las piscinas del reinaugurado turicentro Los Chorros, en la carretera a Santa Ana. Mientras, en el parque de Juayúa los caballos, que tanto alegran a los niños, defecaban a pocos metros de las cocinas del célebre –y caótico— Festival gastronómico. Si algo es impresionante en El Salvador... eso es la basura.

En lugar de acción ciudadana, lo que aquí tenemos es publicidad. Así, en la televisión, el MITUR patrocina un espacio donde los presentadores levantan unos enormes carteles rojos a las escenas de suciedad captadas por sus cámaras. (Es muy difícil reclamar limpieza donde no hay servicios de aguas negras.) También ha habido esfuerzos loables, como la limpieza del Boquerón, donde participaron autoridades y padres de familia. Pero, en cosa de días, la basura vuelve a tomarse el paisaje salvadoreño.

Hasta ahora, todas las campañas contra la basura han fracasado. Para triunfar, se necesita más que buenos eslóganes. Tirar basura no tiene que ver solo con “la falta de cultura”. Es resultado de un largo proceso de sedimentación social que podrá ser revertido sólo mediante un enfoque que integre la cultura, las comunicaciones, la participación ciudadana y la concertación política. Los mercadólogos suelen pensar que la publicidad mueve montañas y voluntades, y es cierto, sólo que a veces en la dirección equivocada.

Quito, Ecuador