miércoles, noviembre 26, 2008

Cuerpos grotescos en los cuentos de Jacinta

María Tenorio

Perturbadores, trasgresores, desconcertantes. Así han sido calificados por la crítica y los lectores los cuentos de la más reciente publicación de Jacinta Escudos, El Diablo sabe mi nombre (San José, Costa Rica; Uruk Editores, 2008). No puedo sino estar de acuerdo. Una niña se transforma en cocodrilo "en las tardes de calor" cuando va al arroyo. En "Memoria de Siam", una mujer del siglo XVIII se convierte en hombre por efecto de la atracción sexual de una prostituta. Un hombre hace pareja con un insecto gigantesco. Una criatura del mar corta y degusta la lengua de un marinero en un encuentro sexual.


Un elemento común en los catorce relatos de este libro es el tratamiento literario del cuerpo. La escritora salvadoreña se da permiso de jugar simbólicamente con los cuerpos. De mutarlos, de mutilarlos. De ponerlos a interactuar de forma inusitada. De abrirlos a la diferencia. No importa si son humanos o animales. Los cuerpos están abiertos a las apetencias de los sentidos, al placer, a la vida, al dolor. Forman un todo con el mundo: una continuidad imperfecta, en plena transformación, renovándose continuamente. En El Diablo sabe mi nombre predomina la "concepción grotesca del cuerpo", según la propuesta del crítico ruso Mijail Bajtín.

Para Bajtín, “a diferencia de los cánones modernos, el cuerpo grotesco no está separado del resto del mundo, no está aislado o acabado ni es perfecto, sino que sale fuera de sí, franquea sus propios límites". El cuerpo, sostiene, "se abre al mundo exterior o penetra en él a través de orificios, protuberancias, ramificaciones y excrecencias”. Es parte de un todo cósmico.

Con la puesta en escena de cuerpos grotescos, Jacinta Escudos cuestiona la concepción clásica del cuerpo como ente cerrado y clausurado sobre sí mismo, que el ser humano ve como su propiedad. Se trata de un cuerpo separado de los demás cuerpos y que saca provecho de ellos. La forma de vida que ha alcanzado el hombre en el mundo contemporáneo es puesta en cuestión en El Diablo sabe mi nombre con las figuraciones de unos cuerpos que pertenecen ya no a los “individuos” sino a un todo más grande, rico y abierto, donde todos los seres vivos estarían en comunión: lo que conocemos como la naturaleza y que, en nuestra visión de mundo, se contrapone a la cultura.

Así, en el último cuento del libro, “La flor del Espíritu Santo”, Jacinta Escudos pinta un mundo desolado y destruido por la intervención del hombre. Su protagonista, una mujer que trabajaba en un Invernadero, dice que “donde hay personas siempre hay destrucción. Ahora la naturaleza está muerta”. En ese planeta que los humanos han destruido al olvidar que sus cuerpos son parte de un todo superior que merece respeto, al Diablo no le queda más quehacer, dice la autora en el cuento que da nombre a la colección: “Hay tanta maldad en el mundo, que los humanos no necesitan más de mis servicios – dice el Diablo con melancolía, mientras da la vuelta y se echa a dormir”.

Vínculos recomendados

Dos cuentos de El Diablo sabe mi nombre publicados en la web:
"El placer"
"El espacio de las cosas"

Blog de Jacinta Escudos, Jacintario

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