miércoles, agosto 19, 2009

Lecciones de historia...

Recordar, memorar, rememorar, conmemorar, memorizar son conjugaciones todas del verbo olvidar...

Olvidar, del
latín oblitare
.

1. tr. Dejar de tener en la memoria lo que se tenía o debía tener.

2. tr. Dejar de tener en el afecto o afición a alguien o algo.

3. tr. No tener en cuenta algo. Olvida los agravios que te hicieron.

4. tr. p. us. Hacer perder la memoria de algo.

¿Conoce usted La Merced?

María Tenorio

Recordará usted, si es salvadoreño o centroamericano, haber aprendido en la escuela que el movimiento por la independencia de Centroamérica arrancó el 5 de noviembre de 1811 cuando el cura José Matías Delgado tocó "a rebato" las campanas de la iglesia de La Merced, en San Salvador. El llamado "primer grito de independencia", ¿se acuerda? Pues la semana pasada, invitada a visitar el histórico campanario, me di cuenta de que no tenía la más mínima idea de dónde quedaba la iglesia.

¿Por qué será que los salvadoreños no apreciamos nuestros lugares históricos?, me pregunté cuando busqué infructuosamente en mi archivo mental alguna imagen de La Merced. La respuesta cayó por su peso cuando llegué a la iglesia, ubicada a un costado del Cuartel General de la Policía Nacional Civil conocido como "El Castillo", en el centro histórico de San Salvador. El templo en cuestión es uno de nuestros grandes olvidos.

Situada en la esquina de la 6a calle oriente (antes llamada calle de la Amargura) y la 10a avenida norte, en el barrio San Esteban, la iglesia que se ve actualmente es un monumento a nuestra precariedad, que nada tiene que ver con el colonial templo de los tiempos del cura Delgado. La Merced ha sufrido los embates de, al menos, dos terremotos y ha sido reedificada en el emplazamiento histórico una y otra vez. La última edificación, que data de hace tan solo unas décadas, es apenas un gran galerón --una sola nave-- con un añadido arquitectónico a manera de fachada.

Ingresamos en el templo por la entrada lateral. "Hemos estado trabajando para reparar las múltiples goteras", nos explicó el padre Héctor Maldonado, párroco llegado hace un año tras la muerte de monseñor Torruella que estuvo cinco décadas en la Merced. "Hemos pintado, pues todo estaba en gris", añadió señalando las paredes blancas y las columnas rojo ladrillo, con textura de concreto, que enmarcan los sencillos vitrales con formas geométricas e infaltables cruces.

Hace dos años la figura más representativa del templo fue sustraida por un hábil equipo de varios hombres. El anterior párroco dijo, en aquel momento, que probablemente se trataba de un "robo por encargo" para venderla a coleccionistas extranjeros. La imagen había sido traída desde Europa a principios del siglo XX, medía 2.20 m de altura y pesaba varios cientos de libras. Similar destino corrieron otras figuras de santos que decoraban la iglesia, nos dijo Maldonado, enseñándonos las pocas imágenes que han quedado allí. Algunas de esas desfilan cada año en el vía crucis que recorre la calle de la Amargura desde la iglesia El Calvario hasta la de San Esteban, pasando por La Merced.

El campanario que conserva las que tañeron aquel 5 de noviembre hace casi dos siglos es otro sitio de abandono, aunque aparezca como uno de los lugares del "renovado centro histórico" que merece la pena visitar, según la web oficial de la alcaldía capitalina. Combina una base de concreto con una terminación de madera donde apenas se miran las campanas. Estas no pueden tocarse porque la estructura de hierro se está corroyendo y la de madera no ha recibido el mantenimiento adecuado. Por otra parte, el atrio de la iglesia, me contaron, funcionó por años como estacionamiento. Así si uno iba a visitar el palacio policial podía dejar el carro justo al lado del simbólico campanario.

El descuido de La Merced es abandono y olvido de símbolos históricos. Si pensamos seguir celebrando la independencia como momento fundacional de nuestra nacionalidad, deberíamos ser consecuentes con el patrimonio material y visible que nos hace recordarla. Si queremos saber cómo era nuestra ciudad en otras épocas, deberíamos establecer sitios clave que nos permitan imaginarla. Esta iglesia es uno de ellos.

(Fotografía: Mural del altar mayor, iglesia La Merced)

Las trampas de la memoria

Miguel Huezo Mixco

Hace dos semanas escribí en este mismo espacio sobre la restauración del Monumento a la Revolución, mejor conocido como El Chulón. Por un error imperdonable e inexplicable, relacioné al monumento con el año 1944... cuando en realidad todo lo que allí decía está profundamente conectado con el proceso iniciado en 1948.

Conozco bien lo que esas fechas significan para la historia salvadoreña. Sin embargo, a la hora de teclear, la memoria me jugó una mala pasada y escribí una fecha en lugar de la correcta. Aquello, como me lo advirtieron algunos amables lectores, constituyó un "error histórico". Sí, pensé, a menudo la memoria es injusta.

En efecto, los eventos de 1944 están asociados con el derrocamiento del Gral. Maximiliano Hernández Martínez. En 1948, lo que se produjo fue la destitución del Gral. Salvador Castaneda Castro, abriendo paso a un periodo de modernización del Estado que, sin embargo, estuvo acompañado de represión. De hecho, en ese tiempo sufrió cárcel y tortura el líder obrero Salvador Cayetano Carpio, que luego fundó el movimiento guerrillero salvadoreño.

Los acontecimientos de 1944 iniciaron con una rebelión militar que fue aplastada con saña por Martínez. La represión, lejos de atemorizar a la gente, provocó el surgimiento de un movimiento de resistencia pasiva, que fue descrito así por el periodista Joaquín Castro Canizales: "Hay una manera decente para lograr el derrocamiento del gobierno de Martínez (...) Esta solución es la que se ha dado en llamar: Resistencia pasiva o desobediencia civil. ¿En qué consiste esto? En que todo aquel ciudadano que actualmente es una pieza en el engranaje administrativo y económico del país, deje, por su propia voluntad de serlo".

Ese movimiento de resistencia pasiva ya había sido propuesto en 1932, recién llegado Martínez al poder, por el periodista Alberto Guerra Trigueros, director del diario "Patria". Este llamó al pueblo salvadoreño a la resistencia pasiva en un discurso que pronunció tras la muerte de Alberto Masferrer.

El movimiento de desobediencia civil terminó derrocando al dictador. Aquellos eventos están recreados en la novela "Tirana Memoria" (2008), de Horacio Castellanos Moya, que comenté en esta misma columna en octubre del año pasado. La narración ocurre entre los días 24 de marzo y 8 de mayo de 1944. Su historia principal es la fuga de dos jóvenes que han participado en el intento de derrocar al tirano. Estos personajes están dibujados sobre personas reales: el periodista Crescencio Castellanos y el teniente Belisario Peña.

Lo que vino después es bastante conocido: la huelga de brazos caídos y las movilizaciones sociales pudieron más que las balas. La caída de Martínez no puso fin, sin embargo, a las políticas represivas que fueron continuadas por Andrés Ignacio Menéndez, Osmín Aguirre y Salvador Castaneda (todos militares) que gobernaron, uno tras otro, entre 1944 y 1948. La historia salvadoreña del siglo XX tiene un inconfundible olor a botas.

El movimiento de 1948, al que me referí en mi columna pasada, aunque tuvo otra naturaleza, transformó a la tradicional sociedad salvadoreña, otorgándole al Estado un papel más activo en la vida económica y social.

Fueron los protagonistas de este movimiento quienes, para eterna memoria, levantaron el Monumento a la Revolución que ahora se encuentra en proceso de restauración.

Pero para aquel otro movimiento, el de 1944, en el que se derramó tanta sangre y energía; que unió a estudiantes, empleados, amas de casa y empresarios, y que sacó del poder a la peor dictadura de toda la historia salvadoreña, todavía no existe un monumento que lo recuerde. Sí. No hay nada más injusto que la memoria.

Publicado en La Prensa Gráfica, 22 de agosto de 2009

Foto: Monumento a la Libertad, Museo de Arte de El Salvador (MARTE)

miércoles, agosto 05, 2009

El Monumento a la Revolución

Miguel Huezo Mixco

Se le conoce como “El Chulón”. Es un gigante desnudo con sus brazos abiertos hacia arriba. Para llegar a su emplazamiento el visitante debe subir la empinada avenida Revolución de la colonia San Benito. Desde la construcción del Museo de Arte de El Salvador (MARTE), en 2003, la obra se ha convertido en un símbolo muy reconocido, pero por mucho tiempo estuvo sumido en el olvido.

Hace solo algunos años el conjunto arquitectónico y escultórico del que forma parte El Chulón estaba semidevorado por el monte. Mi padre nos llevó varias veces hasta allí en su pequeño Fiat, para hablarnos del movimiento de 1948 y mostrarnos el Monumento a la Libertad. Esta obra, tallada en piedra por el maestro Francisco Zúñiga, contiene nueve figuras orgullosas y enérgicas, como héroes de una época distante.

Cuando entramos al subterráneo del llamado Templo a la Constitución de 1950, ubicado a los pies del Chulón, descubrimos con asco que la pira donde debía arder por siempre "la llama de la libertad" se había convertido en una letrina pública.

El movimiento del 48, que protagonizaron militares e intelectuales, marcó una etapa histórica caracterizada por un Estado más activo en la vida pública y económica; se promovió la producción industrial, se regularon las relaciones laborales y se crearon una serie de instituciones culturales... Pero no escribo aquí para evaluar aquel proyecto sino para hablar sobre uno de sus principales signos culturales, El Chulón, y sobre la importancia de que el país lo mantenga en pie.

La leyenda dice que para realizar el mural en mosaico de 25 metros de alto y 16 de ancho, tan grande como un edificio de siete pisos, los artistas-constructores Claudio Cevallos y Violeta Bonilla hicieron traer piedras de los catorce departamentos del país. Con ese gesto se intentaba introducir un valor simbólico: intentar la realización del viejo sueño de ese "nosotros" que el país no ha conseguido en toda su historia.

La obra se concluyó en 1954. Desde entonces, ha padecido las inclemencias del clima y de varios terremotos. Tras décadas de abandono, artistas y visionarios consiguieron recolocar al monumento en el alma de la sociedad salvadoreña del siglo XXI. Como parte del proceso de recuperación del área, la Asociación Museo de Arte de El Salvador decidió emprender un diagnóstico del monumento. Así, el pasado 8 de junio un equipo de arquitectos han examinado al Chulón, por primera vez a sus 55 años, para establecer su estado de salud.

Los primeros resultados son preocupantes. De acuerdo con el informe de los arquitectos, la estructura vertical que le ha sostenido por más de medio siglo está severamente dañada. El Chulón está grave y, de no actuarse con la urgencia del caso, esa enorme masa con un peso de decenas de toneladas podría desplomarse poniendo en grave riesgo vidas y bienes, incluyendo al edificio mismo del Museo de Arte.

El Chulón, el monumento laico más importante de este país, constituye un "lugar de memoria" donde dialogan el pasado y el presente de El Salvador, porque contiene numerosos signos para analizar la formación de la nación, las disputas por el poder y las aspiraciones de los excluidos. Monumentos como este hacen que la ciudad se vuelva una fuente para promover una identidad compartida.

Junto a su innegable valor artístico, El Chulón es el símbolo de un viejo sueño de unidad, justicia, trabajo y prosperidad anhelado por todo el país. Y es el país quien debe conseguir que ese monumento siga de pie.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 6 de agosto de 2009)

Las becas son una maravilla

María Tenorio

Tuvo que juntar muchos papeles para aplicar a una estancia literaria de cuatro meses en México. Entre el material publicado --un libro y una selección de materiales periodísticos--, el inédito y el "en proceso", el dosier se hizo bastante grande. Pero el trabajo de selección que hiciera mi amiga Elena Salamanca no fue en vano: en unos días se va al vecino grande del norte becada para terminar de escribir una novela. A cambio dará un curso de redacción a jóvenes de escasas oportunidades. El FONCA (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) de México, y la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) se encargarán de su manutención prácticamente por el resto del año.

Las becas son una maravilla, me dije cuando supe la noticia. Por lo general juntan a personas afines en lugares más o menos interesantes que, de otro modo, uno no conocería. Permiten que uno dedique sus energías a la actividad subvencionada --sea la creación artística, los estudios, la investigación académica-- sin preocuparse por ganar el pan de otra manera. Son una especie de paréntesis vital que lo aleja a uno de su ambiente, y lo coloca en una situación extraordinaria, de duración limitada y, por ello, más disfrutable o menos sufrible. Además, las becas suelen lucir muy bien en las hojas de vida, dignificando el propio oficio, y colocándolo a uno por encima de los colegas que carecen de esa gracia.

Las oportunidades de becas proliferan en este mundo interconectado. Las ofrecen los gobiernos, los organismos internacionales, las empresas privadas, las fundaciones sin fines de lucro, las universidades. La mayoría de las veces ni cuenta nos damos de las convocatorias que están abiertas. Las becas pululan como los ácaros que suelta la almohada en que dormimos: activas, pero invisibles. Buscarlas demanda trabajo. Solicitarlas, también. Ganárselas, mérito, suerte y haber completado los requisitos, muchas veces fastidiosos e interminables.

No menos engorroso fue el proceso en que, como les contaba al inicio, se embarcó mi querida Elena cuando juntó los papeles para solicitar esta beca. Ahora, dice ella en Las Güeltas, este premio es su libertad. Que la disfrutés, que la aprovechés, que escribás.

¿Dónde buscar becas?
Comience en http://www.becas.com

Foto: Monumento a la Libertad, Museo de Arte de El Salvador (MARTE)