miércoles, octubre 28, 2009

Se fue Carlos Briones… de prisa

Miguel Huezo Mixco

La repentina muerte de Carlos Briones, ocurrida hace solo unos días, ha conmocionado a las comunidades académicas e intelectuales salvadoreñas. Por un instante se ha hecho un alto en las mesas de reuniones de los contados equipos de investigación social y en algunas oficinas de gobierno para hablar con pesar y estupor sobre su deceso.

Para quienes no lo conocieron diré que Carlos Briones --un hombre bajito, usualmente bien vestido y de aspecto malhumorado-- estuvo presente de manera decisiva en algunos de los programas sociales más importantes de los últimos veinte años en El Salvador.

Al momento de su fallecimiento era el director del capítulo salvadoreño de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), una entidad ya casi legendaria y en general muy respetada por su independencia de criterio.

Puedo dar fe de que Carlos mostró talento, diligencia y terquedad desde los días del colegio. Quizás el paso del tiempo lo haya vuelto menos paciente y más testarudo, pero no me cabe duda de que “el Feo” Briones, como era conocido, se encontraba en uno de los mejores momentos de su carrera como economista.

En un país donde la escuela primaria sigue siendo una utopía, Carlos había tenido una preparación académica excepcional. Leía mucho más que libros de Economía. Hablaba sin parar si algo le interesaba. Disfrutaba del buen vino –hábito que adquirió durante sus estudios en Francia-- y también de las buenas compañías.

Sin hacer a un lado su conocido sentido crítico, Briones vivía el actual momento político de El Salvador con mucha expectativa. Lo supe cuando participamos en una tertulia informal, en plena campaña electoral, entre viejos amigos provenientes de campos profesionales e ideológicos diversos, y que el periodista Víctor Flores mencionó de paso en un artículo publicado en El Faro con el título “Los privilegios de la ceguera”.

Menos paciente y más testarudo, dije. En sus últimas semanas de vida, aunque se le miraba mal de salud Carlos apenas interrumpía su endiablado ritmo de trabajo para reponerse momentáneamente y volver a hacer su tarea. Diríase que cargaba ese mundo con la fortaleza de un Atlas. A menudo olvidamos que aquel titán mitológico solo cumplía una condena. Como bien ha escrito Robert Louis Stevenson, “Atlas era solo un caballero con una prolongada pesadilla”.

Una de las lecciones aprendidas de la repentina muerte de Carlos Briones es la necesidad de poner en práctica eso que Stevenson llamaba el “Teorema de la vivibilidad de la vida”: que postula el ejercicio pleno del derecho al ocio y al cuido de la salud y del espíritu, sin culpas, como un fundamento de cualquier código moral.

Veo de reojo los coloridos organigramas claveteados en mi pizarra de corcho y no puedo evitar pensar que Carlos –y esto no es un reproche-- debió ser más “cuidadoso con su vida”. Y no puedo dejar de sentir más pena cuando pienso en la mirada reprobatoria de los ministros del evangelio del “trabaja sin cesar, trabaja” que nos carcome. Allí vamos por la vida, aferrados a nuestras agendas como antaño los reos halaban sus bolas de acero.

El que siembra prisa recoge indigestión; y el que se dedica de manera ansiosa a la actividad, cosecha unos nervios desquiciados, sentenciaba Stevenson. Y agregaba algo que nuestra absurda ética de la prisa nos ha hecho olvidar: “solo mirando en nuestro derredor disfrutaremos los cálidos y palpitantes momentos de la vida”. Y esto, al final del día, es lo que importa de verdad.

(Publicado en La Prensa Gráfica, 29 de octubre de 2009)

Foto: Walterio Iraheta

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