miércoles, octubre 28, 2009

Y fueron felices en Madrid



Maria Tenorio
Intercambiaron anillos de matrimonio el pasado enero, al cabo de ocho años de convivencia. Hoy viven en un piso propio en Villa de Vallecas junto a dos gatos. Pongamos que ella se llama Patricia y es de San Salvador. Y ella se llama Claudia y es colombiana, de Pereira. El resto es historia.
Patricia, hasta donde sé, es la primera salvadoreña que ha contraído nupcias con otra mujer. Por supuesto, en el exterior. Llegó a Madrid hacia finales de 1994 con una beca de la cooperación española. Cuando los fondos cesaron, luego de tres años, ya había decidido quedarse allá, como fuera. Si en El Salvador dudó sobre su opción sexual, allá en España supo de una vez por todas cuál era.
Claudia, en cambio, siempre supo que le gustaban las chicas. Llegó a Madrid unos años después de Patricia. Sin beca ni padrinos, compartía piso con algunos compatriotas suyos que no le agradaban demasiado. Trabajaba como “interna” en una casa de ricos. Por entonces no conocía a la salvadoreña.
Un día, hace casi diez años, Claudia, la colombiana, respondió a un anuncio por palabras en el periódico. Era de Patricia, la salvadoreña. Ambas andaban buscándose, pero no sabían que esa sería la forma de encontrarse. Se vieron en un bar, luego se fueron a casa de Patricia y desde entonces están juntas. “Sepa, señora, que desde la noche que la conocí, no he abandonado la cama de su hija”, le dijo Claudia a su suegra cuando las visitó en Madrid.
Ambas se dedicaron por años a la hostelería. Claudia trabajó en La Olla Caliente, un restaurante erótico, hasta que sus manos se negaron a cargar más azafates llenos de jarras de sangría y de cerveza. Ambas extremidades han sido operadas de túnel carpiano. Patricia, por su parte, “curraba” siete días a la semana entre cafés, bares y, los fines de semana, en la cocina de La Olla Caliente. Así veía más a su chica.
Las agotó la hostelería e hicieron un pacto conyugal. La una estudiaría mientras la otra “curraba” como enloquecida para mantener la casa, pagar la hipoteca, el carro y la comida de los felinos. Luego vendría el cambio de roles. Así, Patricia sacó un técnico en programación, mientras Claudia servía tetas y penes de puré de “patatas” en despedidas de solteras y solteros.
Hoy día Patricia, la salvadoreña, tiene un buen trabajo en una empresa que maneja bases de datos, y Claudia, la colombiana, lleva su segundo año de informática en un instituto cerca de Vallecas. Ambas completan sus cargadas rutinas dando clases de ofimática (Windows y Office) a niños y adultos mayores en un programa de cursos de la ciudad de Madrid.
Hace pocos días, Patricia y Claudia me alojaron en su casa de Vallecas. A la primera la conocí cuando no éramos veinteañeras en esta Sívar de las maras: fuimos compañeras de estudios, del Quinto Sol y de La Luna. A Claudia la conocí recién, como la esposa de mi amiga. Hoy en vez de querer a una, quiero a dos. Pongamos que, con lo que ellas me contaron, he armado esta historia.
Foto: Pastelería en Madrid

1 comentario:

  1. que la felicidad de ellas las cubra siempre

    me quedé con ganas de leer más, no me abundó, pero logré verlas todo el tiempo, así que mil gracias

    un abrazo

    ResponderEliminar