A media tarde me llega un correo. No conozco al remitente. El mensaje contiene un programa de las proyecciones para el fin de año en Buenos Aires del documental "Haroldo Conti. Un retrato postergado".
No he visto el documental, pero conozco a Conti. Ese novelista argentino, maestro de escuela primaria, nadador y navegante, marcó mi vida. Es una historia que comienza en 1975. Ese año Conti ganaba el Premio Casa de las Américas con su novela "Mascaró, el cazador americano", y la vida de miles de jóvenes salvadoreños, incluida la mía, se estaba rompiendo en pedazos. Yo era un estudiante de letras. Me había ido de la casa de mis padres con Irma, mi mujer, también estudiante. Vivíamos cerca de la fábrica El León, en el barrio San Miguelito, en una casa llena de libros y amigos. La fábrica estaba en huelga y en la sala, la biblioteca y los dormitorios de aquella casa se escuchaban, como el rumor de una marea, los altoparlantes de los trabajadores. Allí conocimos a Haroldo Conti. Quiero decir, en esos días llegó su novela a nuestras manos.
"Mascaró" cuenta la historia de un circo que deambula por los pueblos argentinos. Sus personajes --el príncipe Patagón, Sonia la bailarina, el enano Perinola, Mascaró y Oreste-- son una partida de excéntricos. Uno de los números del circo comenzaba con una imitación de los hábitos animales y terminaba siendo una reflexión sobre la libertad humana. Un día, mientras representaba el vuelo del cisne, Oreste recibe un garrotazo y despierta en una jaula donde un gorila en uniforme lo muele a palos.
A menudo la realidad y la ficción se parecen demasiado. El 4 de mayo de 1976, un escuadrón ingresó a la casa de Haroldo y su mujer sometiéndolos a un interrogatorio violento. A Conti se lo llevaron con rumbo desconocido. En el archivo de la fatídica Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dipba) --que fue desclasificado y está bajo custodia y gestión de la "Comisión por la Memoria"-- existe un documento que establecía que “Mascaró” propiciaba “la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas”.
En El Salvador firmamos un manifiesto pidiendo su libertad y lo reprodujimos en una modesta revista de literatura que publicábamos. La policía nos tenía bajo vigilancia. Como el circo de Patagón, cada quien agarró su camino. Irma cayó en la jaula del gorila donde fue torturada y asesinada. En mi propio camino adopté el nombre de Haroldo. Han pasado muchos años y todavía encuentro gente que me llama de esa manera. Mis amigos a menudo me regalan noticias sobre la vida de aquel entrañable desaparecido. Ahora, este correo me lo ha traído de nuevo.
El documental "Haroldo Conti. Un retrato postergado" es un ejemplo de cómo honrar a las víctimas y mantener viva una memoria que nos haga más fuertes y compasivos. Es además una hermosa muestra de lealtad. La idea fue concebida en los años 70 por el cineasta Roberto Cuervo, que conoció a Conti y decidió hacer un retrato sobre su vida. El proyecto quedó interrumpido por la tragedia: primero, el asesinato de Conti; luego, Cuervo falleció en un accidente de tránsito. Pasaron los años. Su hijo Andrés Cuervo recuperó el material filmado y completó aquel retrato. El filme se estrenó hace unas semanas en Buenos Aires. Hago cuentas: han pasado 33 años desde que Haroldo apareció en nuestras vidas. En un tráiler del documental colgado en YouTube, pude escuchar su voz diciendo: "la vida es una especie de
borrador que uno nunca termina de pasar en limpio".
Enlaces sobre Haroldo Conti:
Haga clic aquí y descargue "Mascaró, el cazador americano", de Haroldo Conti
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Haga clic aquí para conocer el dictamen de la inteligencia policial sobre "Mascaró"
(Publicado en La Prensa Gráfica, 26 noviembre 2009)