miércoles, abril 13, 2011

Un mundo cae este jueves


Se trata de un acontecimiento literario. Este libro, uno de los mejores de Rafael Menjívar Ochoa, se presentará al público en el Centro Cultural de España en El Salvador. Es el tercero de la Colección Revuelta, una iniciativa editorial que publica libros de bolsillo de autores consagrados y emergentes.

La muerte y Rafael Menjívar Ochoa

Miguel Huezo Mixco

En algún lugar debo de tener el libro “Del amor de la muerte”, una antología de grandes relatos breves, todos escogidos y traducidos por Rafael Menjívar Ochoa, sobre el fin de la vida. Lo tuve, el libro, y lo estimé mucho, pero parece que lo perdí en una estúpida batalla.


Recuerdo, sin embargo, que entre aquellos relatos, cuidadosamente seleccionados por Rafael se encontraba "Mi asesinato favorito", de Ambrose Bierce, donde se cuenta el atroz crimen del tío William no-se-qué, contado por el asesino mismo. También aparecía "El mortal inmortal", un cuento de Mary Shelley, la autora de “Frankestein”, que comenzaba diciendo: “Éste es un aniversario memorable; ¡ahora cumplo trescientos veintitrés años!”.

Aquel es un libro estremecedor, o estremecido, desde la primera a la última página, como el espinazo de un pobre diablo muerto del susto. Mientras lo leía pensaba: Rafael tiene un lazo pasional con la muerte.


Un año antes, o dos, había leído en su novela “Los héroes tienen sueño” esta frase: “...Me morí, y fue lo mejor que me pudo pasar. Por eso sé que cualquier forma de morirse es buena”. Luego publicó “De vez en cuando la muerte”, donde el personaje es un periodista sin nombre en busca de una asesino en serie. Luego vino “Cualquier forma de morir”… La recurrencia de la muerte es evidente en muchas obras literarias de Rafael. Pero no es la muerte la gran perseguidora, sino más bien es Rafael quien ha venido persiguiéndola a ella, como uno de aquellos detectives que merodean en sus cuentos y novelas.

Cuando miramos la azarosa vida humana reflejada en el espejo de la variada obra de Rafael, donde pululan personajes desesperados, sedientos de venganza, dominados por la pasión, confirmamos lo que por el budismo ya sabemos: que de los seis destinos que nos están permitidos el más difícil de todos es el de ser una persona.


Esta noche va a presentarse públicamente otro libro de cuentos suyo. “El último”, como solemos decir, de manera equívoca para referirnos al más reciente. Su título es “Un mundo en el que el cielo cae y cae”. Allí deambula un policía llamado el Loco, que sabe que se va a morir por causa de una gangrena, pero el idiota se resiste a que le amputen el brazo. Y también aparecen El Ronco y El Perro, dos tiras que han logrado coger a un mercenario cubano, que le perdió miedo a la muerte después de una emboscada tendida por sus enemigos en Viet Nam. Y luego está El Campeón, un tipo que nació con los guantes puestos , que nunca mató a nadie en el ring, pero era una máquina de matar. Audaz y a veces tonto.

Este libro de cuentos confirma a Rafael Menjívar Ochoa como uno de los principales especímenes de esa manada brava de escritores duros que anidan en las ciudades latinoamericanas. Es un maestro del “género negro”. Es decir, un narrador de la catástrofe moral que ahoga a nuestro mundo donde las superestrellas son los homicidas.

“Un mundo en el que el cielo cae y cae” forma parte de la Colección Revuelta que ha publicado obra inédita del novelista Horacio Castellanos Moya y del poeta Vladimir Amaya. La presentación del libro de Menjívar, abierta a los numerosos admiradores de la obra de Rafael y a todos los interesados en las letras salvadoreñas, tendrá lugar en el Centro Cultural de España en El Salvador, en la calle La Reforma, Col. San Benito, San Salvador, esta noche.


(Publicado en La Prensa Gráfica, 14 abril 2011)

Corrigiendo a Menjívar Ochoa

María Tenorio

Dejo de hojear el libro Un mundo en el que el cielo cae y cae, de Rafael Menjívar Ochoa, para colocar los dedos sobre las teclas y comenzar a escribir. Aunque hace apenas unos minutos tuve el pequeño y delicado objeto --recién salido de la imprenta-- en mis manos, me precio de conocerlo bastante. Estuvimos en contacto durante varios días durante su proceso de manufactura: fui su correctora. Mi misión era enmendarle la plana al escritor. Si bien eso puede sonar pedante o pretencioso, en eso consiste el trabajo que hago con numerosos textos.

Corregir a Rafael Menjívar Ochoa significó dos cosas: hacer la corrección de estilo del manuscrito, tal como salió de manos del autor, y también revisar el texto ya diagramado por el diseñador, antes de irse a imprenta. Leí los siete cuentos, detenidamente, dos veces. La primera, mientras buscaba errores ortográficos o gramaticales para limar imperfecciones que se le van a cualquiera, hasta a los más finos escritores, al digitar. La segunda, cuando me aseguraba de que el texto puesto en la caja tipográfica fuera fiel al original y al estilo de la colección Revuelta. Debo decir que pocos errores encontré en el libro, pero fueron suficientes para justificar mi trabajo. Si alguno ha quedado por ahí, exoneren al escritor, es responsabilidad mía.

Fue un gusto corregir este libro de Menjívar Ochoa. No lamento en lo más mínimo haberlo leído dos veces. Los siete cuentos están escritos en un español económico y preciso que genera ambientes sórdidos y produce personajes desesperanzados con gran efectividad. En sus páginas toma cuerpo la tensión narrativa; uno no sabe qué esperar en la siguiente. Todas las historias comparten ciertos rasgos propios del “género negro”: la mayoría de sus personajes son seres perdidos o perdedores que se encuentran en lugares olorosos a humedad para abandonarse, irremediablemente, a la vida o a la muerte. No importa qué les haya ocurrido, son víctimas del desencanto.

El cuento que más recuerdo es “El campeón”. Un entrenador de box narra la historia del campeón wélter (esa castellanización la introduje yo en el texto, pues el autor había escrito welter) que esconde algún secreto relacionado con su hermano que vive en los Estados Unidos. En medio de sus éxitos como boxeador, este hombre que “aprendió a dosificar el miedo y la audacia” no sabía ser feliz.

Otro cuento memorable es “Cementerio de carros”, donde cobra vida la figura del Loco. Este pobre policía o militar tiene podrida la mano y no quiere que se la amputen. En este relato es destacable la recreación literaria de olores; la gangrena del Loco nos llega a la punta de la nariz con toda su intensidad. Algo semejante ocurre con los olores a sexo, a sudor y a baño sucio de “Fade out”; y con el olor a cigarro y alcohol encerrados en el ambiente de un bar de mala muerte en “La tercera puerta”.

“El cubano” es otro cuento que merece unas palabras. Su protagonista es un típico personaje del género negro, un asesino a sueldo que ha caído prisionero y le cuenta su historia al policía que lo cuida en la celda. “No te burles de tus muertos. Son lo único que tienes. Respétalos. Son gente”, le dice el cubano al policía.

El cuento que menos me gustó es el que da nombre a todo el volumen “Un mundo en el que el cielo cae y cae”. Probablemente me faltan los referentes musicales para entenderlo, pero me atrevo a decir que a Menjívar se le da mejor la producción de olores literarios que de música. En todo caso, ese es el relato más breve de todos. De todo los demás, no hay desperdicio.