miércoles, mayo 25, 2011

El Salvador vive de espaldas al mar

Miguel Huezo Mixco


Un viejo conocido lo repite a quien quiera escucharlo: El Salvador ha crecido de espaldas al mar.

Las 200 millas náuticas sobre las cuales El Salvador ejerce soberanía representan una superficie bastante mayor que los 20 mil kilómetros cuadrados de su territorio. Pero en términos prácticos, los salvadoreños no hemos visto el mar como una oportunidad para el desarrollo sino como una inmensa cloaca. Las principales playas públicas de El Salvador se han convertido en tugurios y botaderos de basura.

Recordaba esto mientras recorría en una pequeña lancha de motor la bahía de Jiquilisco, en el departamento de Usulután. Llegamos allí con un grupo de colegas para documentar los esfuerzos de desarrollo local que están haciendo en la zona una decena de comunidades de pescadores ubicadas en los municipios de puerto El Triunfo, San Dionisio y Jiquilisco con el apoyo de organismos internacionales e intergubernamentales.

Pese a las dificultades, que saltan a la vista, es fácil darse cuenta de que numerosas comunidades tienen una manera diferente de relacionarse con los recursos que les ofrece el mar, y esto les ha permitido comenzar a transformar su vida y mejorar sus ingresos.

Héctor, el lanchero que nos condujo entre los meandros de la zona de manglares, nos contó su propia experiencia como migrante, atravesando el desierto y cómo, finalmente, las autoridades de Estados Unidos lo detuvieron y deportaron. De vuelta a casa, Héctor se involucró en uno de los proyectos de cultivo de curiles en la zona de la isla La Pirraya.

Esta localidad, integrada inicialmente por familias desplazadas por la violencia durante la guerra civil, ha alcanzado celebridad porque de allí son originarios los integrantes de la selección nacional de fútbol de playa, que en pocos años ha conseguido más triunfos internacionales que la “selecta”.

Héctor decidió quedarse. Como él, muchos otros han seguido su ejemplo y están trabajando duro para convertir a la bahía en un nicho de producción pesquera y de turismo. Estas comunidades, como muchas otras en el interior del país, poseen un activo que no es frecuente encontrar: sentido de solidaridad y trabajo colectivo a partir de su propia experiencia.

Nos hospedamos en un pequeño hotel, allí mismo, en La Pirraya. A la hora de la cena, sobre el pequeño puerto de madera que se introduce unos 20 metros dentro del mar, miramos las luces de los barcos pesqueros entrando apresurados a la bahía. Una tormenta nos obligó a guarecernos en nuestras habitaciones. Para dormir libré primero una pelea a muerte contra los insectos con la ayuda de un ventilador.

Después de un desayuno tempranero, acompañamos a los pescadores en la recolecta de curiles. Los curileros, hombres y mujeres, se introducen en el agua estancada del manglar para extraer aquellos apetecidos frutos de mar. Para espantar los jejenes llevan puros hechos a mano, que fuman sin parar mientras dura la faena, la cual puede alcanzar seis horas.

Fuimos también a mirar los deshechos de lo que alguna vez fue una flota de barcos de empresas pesqueras. En la ruta nos encontramos con algunos barcos pesqueros, verdaderos edificios flotantes, viejos y oxidados, donde, a todas luces, se labora en condiciones precarias.

Uno de los pescadores nos ofreció llevarnos mar adentro hasta la corriente en donde se miran nadar, como dentro de un vórtice, a las tortugas, y se avistan pequeñas manadas de ballenas largando chorros de aire y agua pulverizada.

Vivimos sobre un verdadero tesoro escondido. ¿Volveremos la vista al mar?

(Publicado en La Prensa Gráfica, 26 de mayo de 2011)

El apocalipsis del agua

María Tenorio

Yo había cumplido recién los 20 años cuando en todo San Salvador, capital del país en aquel momento, comenzó a faltar el agua. Lo recuerdo bien: fue en mayo del 2011. Los periódicos lo pusieron en primera plana, con declaraciones del presidente, funcionarios y empresarios. La gente estaba indignada.

En aquel entonces me había mudado desde mi Santa Ana natal a Ciudad Merliot en el Gran San Salvador, a una casa compartida con cuatro becarios de la universidad. Ahí comenzó a faltar el agua de manera crónica. Cada día caían apenas unas gotas que no ajustaban para nuestras necesidades. Las reservas que juntábamos en un barril y la pila eran insuficientes. Tampoco nos alcanzaba el dinero para comprar, a diario, garrafas de agua purificada. Nos defendíamos con lo poquito que teníamos. Agua para beber era la primera prioridad, luego venía todo lo demás. Aquellos días adquirimos la costumbre de bañarnos salteado y usar la misma ropa cuatro o cinco veces antes de lavarla. El agua corriente en nuestros chorros era más un anhelo que una realidad.

En cierto modo, nosotros teníamos la ventaja de venir de hogares donde se vivía con escasez. Los cinco becarios éramos de origen humilde, como se dice eufemísticamente. Estábamos acostumbrados a racionar todo. Los frijoles, el jabón, el gas propano y, por supuesto, el agua. En la casa de mi madre, por ejemplo, solo caía agua de noche, lo que nos obligaba a llenar varios depósitos para poder bañarnos por la mañana y preparar los alimentos del día siguiente. Otros de los becarios recogían agua de pozo o de chorro público.

Pero la gente de dinero echó en falta bien pronto todas las comodidades. El precio del agua, ofrecida por camiones cisterna, se fue por las nubes. Muy pocos podían adquirirla. San Salvador se fue volviendo un lugar invivible, inhóspito, apestoso. Al cabo de unas semanas hubo un éxodo de familias hacia otras ciudades donde el agua fluía normalmente en los inodoros, las duchas y los lavaderos. El gobierno, luego de unos meses de escasez de agua, trasladó sus oficinas. Lo mismo hicieron hospitales, restaurantes y empresas de todo tipo. El mercado inmobiliario en Santa Ana y San Miguel, destinos favoritos de los nuevos migrantes, se disparó. La industria de la construcción abrió miles de plazas en esas zonas, con lo cual migraron miles de obreros. San Salvador se fue vaciando. Algunos comparaban el fenómeno con el abandono de las ciudades de los mayas.

No recuerdo si fue en el 2018, pero tras una discusión que dejó varios muertos, la capital se estableció en Santa Ana. San Miguel fue rechazada en la Asamblea Legislativa por su clima extremadamente cálido. La geografía política y económica del país se reconfiguró de la forma como la vemos hoy día. La ciudad de San Salvador quedó en manos de los pobres, quienes impregnaron las casas y edificios que ocuparon con su curtiembre y su hediondez. La tubería madre de Nejapa no volvió a funcionar. Su colapso fue total. Muchos técnicos fueron despedidos de sus trabajos y hubo uno que optó por el suicidio. En pocos años San Salvador se convirtió en una ciudad fantasma, en esta ruina arqueológica que visitamos esta mañana y que nos explica tanto sobre la historia de este país.

(Publicado en Contracultura, 25 mayo 2011)

Ilustración: "Apocalipsis", ca. 1380, por un pintor francés anónimo.

La pista de hielo, de Roberto Bolaño


La pista de hielo, de Roberto Bolaño, Anagrama, España, 2009. 200 páginas.

Esta novela de Bolaño, publicada originalmente en 1993, se teje con los testimonios de tres hombres en torno a un crimen ocurrido en la pista de hielo clandestina construida en el Palacio de Benvingut, en una localidad costera de Cataluña. Su prosa ágil dosifica la información en breves capítulos que vuelven su lectura muy amigable (MT). 

miércoles, mayo 11, 2011

¿Legalizar las drogas?















Miguel Huezo Mixco

Las drogas existen desde que el mundo es mundo. La idea de que en lugar de eliminarlas debemos aprender a vivir con ellas está tomando cada vez más fuerza. Muchas voces sostienen que tras medio siglo de fracasos en la lucha contra las drogas quizás ha llegado el momento de intentar otra manera de hacer las cosas.

Cuando los periódicos y la televisión en este país le otorgan atención a los escándalos de drogas de chicas como Lindsay Lohan, la estrella de Herbie, olvidamos que detrás de estos apetecidos chismes de celebridades hay un reguero de muertos. Para satisfacer la demanda de hachís, cocaína, heroína, alucinógenos y metanfetaminas de adultos y jóvenes del Norte, miles de jóvenes en Centroamérica libran encarnizadas batallas por el control de territorios y drogas, con saldos trágicos.

En 1993, el Premio Nóbel de Literatura Gabriel García Márquez publicó un Manifiesto a favor de la legalización de las drogas. Aquel documento, suscrito por centenares de ciudadanos alrededor del mundo, sentenciaba: “La prohibición ha hecho más atractivo y fructífero el negocio de la droga, y fomenta la criminalidad y la corrupción a todos los niveles”. Han pasado casi 20 años desde entonces, y la cosa no para.

Por el contrario, las medidas punitivas destinadas a reducir el tráfico, comercialización y consumo ilegal de drogas atraviesan por una crisis de eficacia. Ni la oferta ni la demanda de drogas muestran cifras a la baja en los últimos cincuenta años. Lo que sí está al alza son sus estragos en la seguridad y la salud pública, sin hablar de la desarticulación institucional y el incremento de la violencia. Lo peor, como dice The Economist (julio, 2001), es que los más perjudicados son los países pobres y la gente pobre que vive en los países ricos.

La mayor parte de las ganancias generadas por el narcotráfico se queda “en los países ricos de destino” como Estados Unidos, Canadá y países de Europa, anota un informe de la Oficina contra las Drogas y el Delito de Naciones Unidas.

Según algunos estudios el consumo de drogas parece haberse estabilizado en el mundo desarrollado. La mala noticia es que hay signos de un aumento en los países en desarrollo, todo esto acompañado por una escalada militar. Cárteles y gobiernos están destinando cada vez más y mayores recursos en armas para ganar una guerra sin fin.

Un informe de la revista Nexos (octubre, 2010) revela que en su guerra contra el narco el gobierno mexicano, en sus primeros tres años, incautó tanta droga como para llenar 250 furgones de tren. En ese mismo periodo, México decomisó más armas que las de los ejércitos de El Salvador y Honduras juntos, y más vehículos que la flota vehicular de las policías y el ejército de toda Centroamérica. A pesar de ello, la droga no ha dejado de fluir.

El economista Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía y un pionero de la despenalización de las drogas, señalaba que la prohibición de las bebidas alcohólicas en Estados Unidos, a principios del siglo pasado, socavó el respeto por la ley pero no detuvo el consumo de alcohol. “A pesar de esta trágica lección”, dijo, “parece existir una tendencia a repetir el mismo error en el manejo de las drogas”.

Friedman dijo algo que bien podríamos suscribir en nuestros días: "Las drogas son una tragedia para los adictos, pero criminalizar su uso o consumo convierte esa estrategia en un desastre para la sociedad".

¿Daremos este debate en El Salvador?

(Publicado en La Prensa Gráfica, 12 de mayo de 2011)

Ilustración: Rapé