miércoles, julio 18, 2012

Guillermo Manuel Ungo



Miguel Huezo Mixco 

La filósofa Adela Cortina ha dicho que uno de los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que la gente con poder también tenga ética. La política ejercida con principios éticos es vital para que una sociedad progrese y produzca bienestar a sus miembros. El panorama es desalentador. Pero cuando se conoce la trayectoria de una persona como Guillermo Manuel Ungo parece posible.

Ungo protagonizó un esfuerzo inédito en la política salvadoreña a lo largo de treinta años. Después de cursar estudios superiores en Estados Unidos fundó el MNR, el primero (y hasta ahora único) partido socialdemócrata del país, que reunió a un pequeño grupo de intelectuales, poetas y profesionales a quienes se denominaba la “izquierda exquisita”. Su debut en la política fue en 1960, apoyando la junta de gobierno en la que figuraban Fabio Castillo Figueroa, René Fortín Magaña y Ricardo Falla Cáceres.

En las décadas que siguieron este abogado y profesor universitario sufrió persecución y exilio por su oposición al autoritarismo militar. La imprenta familiar, fundada por sus padres, también fue objeto de un atentado con explosivos. Tuvo suerte. Muchos de sus colegas, correligionarios y amigos, entre ellos los sacerdotes jesuitas, fueron asesinados en aquellos años terribles.

Acaba de publicarse su biografía, “Guillermo Manuel Ungo. Una vida por la democracia y la paz” (Fundaungo, 2012), escrita por el historiador Roberto Turcios. El momento en el que aparece no pudo ser más oportuno, pues el país necesita hacer acopio de ánimos para re enrumbar una práctica política que solo nos acarrea frustraciones. La historia ha sido injusta con el papel que jugaron personas como Ungo en medio del conflicto armado. Su ejemplo, sin embargo, hoy puede servir de inspiración a una generación de políticos realmente comprometidos con el interés del país. Como dijo José Jorge Simán en el acto público de presentación de la biografía, Ungo fue “un político cuya honestidad brilla con mucha más intensidad en estos días en que requerimos mayor moralidad y ética en este campo”.

Su talante intelectual y su olfato político le permitieron sortear y mirar hasta con cierta benevolencia los planteamientos extremistas. Como relata Turcios, con sus trajes completos y sus infaltables cigarrillos largos, Ungo pasaba a los ojos de cualquiera “como un frío hombre de negocios”. Se trataba, sin embargo, de una persona comprometida con la necesidad de transformar El Salvador en un lugar más justo. Fue el principal protagonista de la búsqueda de una solución política a la guerra salvadoreña. Su éxito fue rotundo, aunque no vivió para mirarlo.

Ungo era capaz de alternar en escenarios tan diferentes como la Organización de las Naciones Unidas y el frente norte de Chalatenango. Guillermo Manuel Ungo y Héctor Oquelí Colindres, fueron los artífices de la gestión diplomática encaminada a lograr la declaración franco-mexicana, que consiguió el reconocimiento del FDR-FMLN como una fuerza representativa del pueblo salvadoreño. Para tal fin habló en la Asamblea General de del organismo mundial, en 1981.

En octubre de 1984, en el marco del primer encuentro de diálogo, Guillermo Ungo y Rubén Zamora, miembros de la delegación del FDR-FMLN, durmieron en un campamento guerrillero en los alrededores de La Palma. Por la mañana, la tropa guerrillera se formó ante ellos. Turcios relata que uno de los comandantes le dijo a Ungo que ese gesto representaba la disposición de los alzados a subordinarse al poder civil.

En el acto de lanzamiento de su biografía, en el Museo Nacional de Antropología, Román Mayorga Rivas aseguró que de haber sobrevivido hasta nuestros días, Ungo habría tenido la posibilidad de convertirse en el presidente que El Salvador necesita. Nunca lo sabremos. De lo que no dudo es de que su presencia habría ayudado a que los salvadoreños viéramos la política como un ejercicio donde es posible vivir de acuerdo con ideales de justicia. Esta es una de las principales enseñanzas de Ungo: la ética es la base firme para el derecho justo y una política legítima.

(Publicado en versión abreviada en La Prensa Gráfica, 19 de julio de 2012)

Como niña de kínder

María Tenorio

¿Usted ha visto cómo los niños de kínder se la pasan jugando, experimentan con materiales, hacen “arte”, crean libremente? Antes de entrar en la seriedad de primer grado, ir al “cole” para ellos es maravilloso. Pues, la semana pasada experimenté en carne propia, por primera vez en la vida, una experiencia semejante a la de la escuela parvularia contemporánea: bailé, canté rap, recorté y pegué papeles de colores, dibujé y coloreé, modelé plastilina, escribí un cuento breve, representé una obra de teatro, e hice amigos de otras instituciones y de otros países. Me la pasé genial, aprendí mucho, y terminé agotada y sudada, como niña de kínder.

Todo eso lo viví en el taller de lectoescritura e interpretación creativa, titulado Pre-Textos, que tuvo lugar en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN) del 9 al 13 de julio. Este espacio formativo es ofrecido, desde el 2007, por la Universidad de Harvard y su iniciativa Cultural Agents en distintos países del mundo para enseñar, combinando la literatura y el arte, cómo desarrollar en los jóvenes la curiosidad intelectual, estimular el pensamiento crítico y fomentar la participación ciudadana. El taller fue guiado por la académica norteamericana Doris Sommer, creadora de la iniciativa, y sus estudiantes Gabriela Poma-Traynor, salvadoreña, y Jerónimo Duarte, colombiano.

En este taller se mezclan, como ingredientes insustituibles, un fragmento de “alta” literatura, entendida esta como un texto desafiante intelectualmente para el nivel de los estudiantes; abundantes dosis de creatividad, expresada en diversidad de lenguajes; voluntad de participación activa de parte de todos los talleristas; y una sólida fundamentación crítica que retoma prácticas culturales latinoamericanas y elementos de teoría literaria. A continuación, le cuento, con algunos ejemplos, cómo fue la dinámica de Pre-Textos en su primera edición salvadoreña.

El primer día todos los participantes --profesores, artistas, capacitadores y algunos estudiantes-- recibimos un fragmento de dos páginas de Prometeo encadenado de Esquilo, un texto antiguo en verso, con muchas palabras rebuscadas y figuras literarias. Arrancamos con “la fábrica de tabaco” que consiste en que alguien lee en voz el alta el texto mientras los demás se dedican a una actividad manual. Para el caso, todos los talleristas diseñamos y produjimos portadas artesanales para el clásico griego. El equipo de Harvard traía planificada la jornada inicial con otras dinámicas como la de “retratos hablados”, “hazle preguntas al texto”, “intertexto” y “literatura de cordel”. La información sobre ellas está recogida en el Texto de partida disponible en línea. 

La creatividad la seguimos desplegando todos los participantes quienes, a partir del segundo día, nos volvimos facilitadores: guiamos actividades artísticas o lúdicas para continuar la exploración de las posibilidades de Prometeo. Así fue como algunos compañeros nos hicieron cantar rap a partir de los diálogos entre Hermes y el titán encadenado; otros nos pusieron a escribir cuentos y monólogos, a transformar objetos cotidianos en elementos de la obra, a producir sellos de foamy, a esculpir algún personaje, a tomar fotografías artísticas, entre otras dinámicas.

Este taller, que a simple vista parece un juego de niños, se alimenta de la reproducción de prácticas culturales latinoamericanas y teoría literaria. La dinámica del libro artesanal, por ejemplo, se inspira en las editoriales cartoneras que nacieron en Argentina a raíz de la crisis del 2001 y que han proliferado en distintas partes del continente, incluso en nuestro país. La fábrica de tabaco recupera la lectura en voz alta que un lector realizaba en las tabaqueras de Cuba desde el siglo XIX y que convirtió a sus trabajadores en uno de los sectores más cultos y politizados de la isla. El teatro foro, que desarrollamos en la cuarta jornada, viene del llamado “teatro del oprimido” del brasileño Augusto Boal, que promovía, en los años sesenta, la intervención voluntaria de personas del público en el escenario.

Uno de los principios del taller es el espíritu de riesgo, promovido por Paulo Freire, para fomentar el pensamiento libre y creativo. Esto implica, desde la posición del profesor, arriesgarse a no saber cómo saldrán las cosas, en vez de atenerse a un programa detallado de insumos, métodos y resultados. Como docente, Pre-Textos me cuestiona la forma de interactuar en el aula. La pregunta que me hago, por ahora, es ¿en realidad funciona esta metodología para que los estudiantes aprendan a disfrutar la lectura? El otro año, muy probablemente, me arriesgaré a romper paradigmas con mis alumnos hasta que todos quedemos cansados, pero contentos.

Enlaces:

Fotografía: Talleristas de Pre-Textos El Salvador

miércoles, julio 04, 2012

Guerra con algodones

Miguel Huezo Mixco

Su misión consistía en aliviar el dolor de los combatientes de la guerrilla. La mayoría de sus integrantes fueron campesinos y mujeres, apoyados por un grupo de profesionales, médicos y paramédicos, provenientes de México, Chile, España, Italia, Alemania, Estados Unidos y, desde luego, El Salvador. Ellos fueron los médicos y paramédicos guerrilleros. Su experiencia comenzará a conocerse gracias a la publicación de un libro.

“La otra cara de la guerra: salvar vidas” (Fundabril, 2012) se presentará este viernes en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). El libro relata el complicado proceso de formación del sistema de sanidad que funcionó en las zonas de guerra de Cinquera (Cabañas) y Chalatenango entre 1981 y 1992. Está construido a partir del testimonio de aquellas mujeres y hombres que libraron batallas usando algodones.

Todos pasamos por sus improvisados consultorios y nos pusimos en sus manos con la certeza de que iban a hacer todo lo posible por aliviarnos y salvarnos. En el cumplimiento de sus deberes, “con inocencia y pureza”, como reza el Juramento hipocrático, no pocos perdieron la vida.


Parte de la importancia del libro radica en la puesta en limpio de una experiencia que a los ojos de cualquier persona podría parecer una tarea poco menos que imposible y fuera de toda lógica. La publicación expone las etapas, la lógica y los factores que intervinieron en aquel proceso. Los autores han conseguido recuperar un conocimiento y una práctica únicos. 

A pesar de que la historia militar y los enmarañados juegos políticos suelen despertar más atención y curiosidad, un libro como este ayuda a entender el “lado humano” de la batalla. Cuando aludo a esa parte humana no pretendo presentar de manera candorosa un conflicto cuya prioridad inmediata era la aniquilación y desmoralización del antagonista. Por el contrario, creo que este documento nos pone frente al espejo de la brutalidad más atroz, pero mostrando los triunfos de la misericordia y el bien.

El primer sistema sanitario surgió en los años 70, fue urbano y estuvo destinado a atender a personas heridas durante las protestas populares. Fue, como se describe en el libro, una estructura clandestina con asiento en casas y clínicas privadas, que recurría a médicos y estudiantes de medicina.

Su mayor desafío comenzó después de 1981, cuando las acciones se trasladaron a las zonas rurales. Fue allí en donde jugaron un papel clave profesionales de la medicina venidos de los cuatro puntos cardinales. Ellos no solo desplegaron y aplicaron conocimientos médicos más desarrollados, sino que también crearon estrictos protocolos médicos adaptados a las condiciones propias de una guerra irregular.

Jóvenes, a menudo semianalfabetas, asimilaron conocimientos sobre anatomía humana, los sistemas digestivo, nervioso y circulatorio, e incluso sobre odontología y farmacología. También les tocó el duro papel de consolar a heridos y moribundos que no contaban con el apoyo de sus familias desplazadas por causa de las operaciones de guerra. Fueron curadores y sanadores; hermanos y hermanas; y también padres y madres.

A comienzos de la década de los años 90 ese sistema de sanidad amplió sus actividades a favor de la población civil que habitaba en las zonas de guerra, y que por siglos había estado excluida de servicios médicos básicos.

Su trabajo fue hacernos más soportable la guerra. Esa lección de ternura es el mejor alegato a favor de la razón y la no violencia, y la prueba viva de lo que somos capaces de hacer cuando nos animan convicciones profundas.

(Publicada en La Prensa Gráfica, 5 julio 2012)

Bordando en inglés

María Tenorio

Desconozco cómo se llaman, en castellano, algunas de las puntadas con que decoro las muñecas de manta que estoy haciendo. Últimamente me ha dado por bordar a mano y, para recordar lo que sabía y adquirir nuevas técnicas, uso los dos mejores sitios web que he encontrado: Sarah’s Hand Embroidery Tutorials y Sarah Whittle, Contemporary Embroidery Artist. Ambos espacios, organizados de manera clara, presentan cada puntada con su nombre en inglés, su descripción y un conjunto de fotos que ilustran la ejecución y el acabado.

Un día de estos caí en la cuenta de que soy testigo de mi propio proceso de transculturación en el bordado: cómo adquiero un conocimiento práctico de otra cultura y lo integro en mi acervo de “bordados y puntadas”. También observo mi resistencia a adoptar, sin más, lo que no deja de resultar extraño. Así, el vestido de una de mis muñecas está bordado con distintas puntadas: seed stitch, diente de chucho, caballito y un rosetón hecho con spider web stitch. A mi descripción no le queda más que formularse en ingleñol o espánglish. Esa es la parte que me incomoda, donde me resisto: que no puedo decir todo en castellano.

Sin embargo, estoy encantada con los resultados. He podido autoinstruirme sobre puntadas que no tenía idea de que existían ni de cómo se hacían. Esto es el cambio cultural, la transculturación en escala micro. Por supuesto que ha ocurrido sin que nadie me amenace: yo misma he adoptado lo que me ha parecido bueno, incluso superior.

Intentando solventar la carencia lingüística, me puse a buscar manuales de bordado en español, como los de aquellas dos mujeres. Se trataba de encontrar traducciones para los nombres de las puntadas sin tener que inventármelos. La exploración fue frustrante; llegué a sitios de bordado muy mediocres, blogs anticuados, mal montados y con escasas instrucciones para las puntadas. Algunos simplemente ofrecían pésimas copias digitales de revistas con diagramas de indicaciones.

Más allá de los sitios instructivos, mi exploración en la web me ha hecho encontrar un mundo virtual de bordados que me revelan como esta actividad, que algunos juzgan como propia de viejitas, se renueva y se adapta a distintas estéticas. Algunas mujeres incluso llevan el bordado hasta el arte, combinándolo con el dibujo o la fotografía.

Tutoriales

La cultura anglo es más eficiente que la hispanohablante en la confección de manuales, instrucciones o tutorials. Las dos Sarah mencionadas, la una hindú, la otra inglesa, se han tomado el trabajo de producir completos y sencillos tutoriales, con fotos y breves explicaciones propias. Además, ambas abren sus sitios web a comentarios de las usuarias que los consultamos desde distintas partes del mundo. La Sarah hindú ha montado, además, un diccionario de imágenes, donde no son los nombres sino las fotos de las distintas puntadas las que conducen al tutorial.

Me pongo como contraejemplo de la superioridad cultural anglosajona en cuanto a la producción de manuales: me he desanimado rápidamente al intentar hacer un tutorial. Cuando tomo las fotos no me queda bien toda la serie, o me doy cuenta de que falta alguna foto crucial para completar el proceso. Cuando intento explicar un paso que debe hacerse no encuentro las palabras adecuadas (y los ejemplos están solo en inglés). En fin, me conformo con usar el conocimiento que otras han producido. Quiera o no quiera, el método de instrucción que tengo a la mano me hace que borde en inglés.

Cuando bordaba en español

Di mis primeras puntadas cuando tenía menos de diez años. Mi abuela materna me introdujo a las básicas: el hilván, el pespunte, el punto atrás, la cadenilla, el relleno, el diente de chucho y el caballito/punto de sombra. Cuando fui adolescente, mi abuela me enseñó su puntada “estrella”, la que ella adoraba: la palestrina, que consiste en una línea de nudos. A las mujeres de la familia nos pareció curioso el nombre y hasta pensamos que era inventado; pero, en mis recientes exploraciones de la realidad virtual, he encontrado la palestrina, con ese mismo nombre en inglés, como distinguida integrante de la familia de nudos o knot family.

Sin duda que los fundamentos recibidos me pusieron en posición ventajosa en el colegio de niñas donde también fui entrenada en el bordado. Así, no se me hizo imposible --como a la mayoría-- finalizar manteles para el día de la madre y pañuelos para el día del padre. En la casa podía consultar a mi madre o sus revistas de manualidades para aclarar dudas o solventar problemas en la ejecución de esas tareas tan femeninas que yo, lejos de rechazar, disfrutaba.

Cuando, el año pasado, quise ponerme a bordar busqué revistas en la web y me descargué varias, en inglés, en francés y en japonés. Me he hecho seguidora, en plataformas como Flickr y Pinterest, de mujeres que bordan (no tengo registrado ningún hombre que incursione en este maravilloso mundo) y de artistas del bordado. He compartido mis trabajos también en esos mismos espacios y me siento parte de esa comunidad imaginada, feminizada, de las que disfrutamos de herir la tela y dejar huellas con hilo.

Ilustración: Bordado de la autora, en proceso.