jueves, noviembre 22, 2012

Los mejores poetas de El Salvador (II)

Miguel Huezo Mixco

Del examen de cuatro libros recientes que coleccionan lo mejor, o lo más representativo, de la poesía de El Salvador se extraen 57 nombres propios. Como expliqué en mi entrega anterior, solo tres de estos gozan de la consideración unánime de los autores que tuvieron a su cargo las selecciones. Claribel Alegría, Roque Dalton y Alfonso Kijadurías, ¿son los mejores poetas del país?

Independientemente de las respuestas que puedan darse, el hallazgo se presta para completar mi columna del jueves 6 con algunas reflexiones. La primera es que en las selecciones de poesía lo literario es apenas uno de los muchos aspectos que se consideran a la hora de hacer un libro de ese tipo.

Las antologías de poesía --o de narrativa-- son hechas por tres tipos de personas: los que conocen, los que presumen conocer y los que se aproximan de manera circunstancial al mundo literario de un país o una región.  Agregaré que con frecuencia los antólogos se asesoran de personas que “están en el ambiente”, que les aconsejan a quienes incluir y a quienes tachar. En pocas palabras, el resultado de sus decisiones está influido por “simpatías” y “antipatías” personales.

En segundo lugar, los antólogos tampoco pueden sustraerse de las “tradiciones” nacionales. Para el caso, en una antología general de poetas salvadoreños es forzoso incluir a Francisco Gavidia, a quien la tradición establece como el “fundador” de las letras cuscatlecas. Sustituir a Gavidia por Rubén Darío, el auténtico patrono de la poesía centroamericana, aunque literariamente pueda ser justo, sería considerado como una incorrección política o un disparate.

En tercer lugar, los antólogos tampoco pueden escapar a las tendencias del gusto y al contexto político del momento. Entre 1884 y 2000 se publicaron al menos quince antologías generales de poesía salvadoreña. Una lectura atenta de esos libros nos ayudaría a establecer los vaivenes del gusto literario a lo largo de más de cien años. Sería un material invaluable para una historia de la sensibilidad.

En cuarto lugar, las antologías pueden ser una lección sobre la impermanencia. En todos esos años los cielos literarios han sido surcados, como aviones de propulsión a chorro, por centenares de nombres propios... Muy pocos resisten la prueba de la memoria. Es una dinámica parecida a la evolución por selección natural.

Francisco Gavidia es uno de esos sobrevivientes. En 1884 despuntaba como joven prometedor. Aunque en las últimas décadas apenas ha habido reediciones de sus poemarios --y muy pocos recuerdan los títulos de esos libros -- Gavidia ha conseguido mantener su prestigio de poeta bastante intacto hasta nuestros días. No así Juan Cotto, que ha desaparecido del mapa. Ni Lilian Serpas, recordada a duras penas. El caso de Alfredo Espino es todavía más extraño. Aunque no suele ser tomado muy serio en la “ciudad letrada” de Guanacolandia, este personaje ha sorteado los rigores del tiempo sin necesidad de intérpretes.

Regreso a la pregunta. ¿Son Claribel, Roque y Kijadurías los mejores poetas del país? La respuesta es irrelevante. Su presencia unánime en la punta del iceberg de la poesía nacional es la señal de un fenómeno que no es solo literario. Su posición sobresaliente en cuatro colecciones de poesía publicadas por autores no salvadoreños en los últimos tres años, no es producto de la casualidad.

Esto probaría que, comenzando el siglo XXI, hay un viraje en las preferencias literarias respecto de los 
anteriores consagrados: Claudia Lars, Raúl Contreras, Hugo Lindo y Alberto Guerra Trigueros, entre otros. 

(Publicado en La Prensa Gráfica, 22 de noviembre del 2012)

Foto de Claribel Alegría.


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