Miguel Huezo Mixco
La creencia de que ser “hombre” es resultado
exclusivo de una condición biológica y unos atributos físicos ha
provocado enormes daños y confusiones con repercusiones sociales. La pieza
teatral “Anafilaxis” realiza una valiente exploración sobre esa forma de
entender la masculinidad.
La historia es sencilla. Con ocasión del deceso
de su padre, dos hermanos se reencuentran. La comunicación afectiva entre los
dos está interrumpida. Son incapaces de mostrar dolor o ternura. La sola
posibilidad de abrazarse les resulta agobiante. En sus cabezas resuenan las
lecciones de hombría que recibieron de un padre autoritario y distante, y de
una abuela que les inoculó la idea de que los varones no lloran, no se asustan, ni aman,
y se
entienden a golpes.
Los infelices hermanos, el padre y la abuela son
representados sin transiciones por los dos únicos actores (César Pineda y
Rodrigo Calderón) en escena. Esta es una buena manera de exponer que l,a
hombría es producto de una trama (y una trampa) social, heredada de una vieja
tradición que establece el comportamiento que se espera de un varón.
Aunque el enfoque de género ha puesto a la luz
las brechas sociales y económicas, la explotación laboral y la violencia en los
espacios domésticos contra las mujeres, todavía tiene una deuda importante en
la comprensión de cómo el cuerpo del varón constituye una encrucijada que ubica
en el ano el punto donde se condensan los límites de lo masculino.
Casi al comienzo de la obra, los dos personajes
juegan usando unas cuerdas, desnudos de pies a cabeza, como niños. Dura solo un
momento. Los distantes hermanos pronto vuelven a cubrirse con sus ropas, para
repetir la historia de gritos, choques y acusaciones recíprocas de “culeros”.
La obra es una representación de la “homofobia”,
la obsesiva aversión
hacia las personas homosexuales que alcanza a quienes, sin serlo, exhiben
conductas de “mamaítas”: débiles, sensibles, afeminados.
¿Es posible construir otras masculinidades
diferentes de los estereotipos del macho gritón que aborrece el color rosa?
Esta es la interrogante que deja “Anafilaxis” en la cabeza de los espectadores.
El tema es controversial y despierta susceptibilidades. La obra es dinámica y
captura la atención, aunque, a fuerza de insistir en las trabazones de los
personajes, llega a volverse innecesariamente repetitiva. La buena noticia es
que obtuvo una buena respuesta del público desde que inició sus presentaciones,
en julio, primero en el Teatro Nacional y luego en el Poma.
En la producción de esta pieza experimental
participó un combo de talentosas mujeres. Jorgelina Cerritos (actriz y
dramaturga, ganadora del Premio de Teatro Latinoamericano George Woodyard)
produjo el libreto a partir de las memorias de infancia de los actores. Eunice
Payés, bailarina y directora artística de la obra, introdujo movimientos
corporales de flexibilidad y gracia que hacen contrapunto a las expresiones
agresivas de los personajes. Isabel Guzmán, actriz destacada en “Incendios”,
compuso e interpretó la música y las canciones que refuerzan momentos
dramáticos de la puesta en escena.
El título escogido para la obra resulta ser una
provocación. La RAE define como anafilaxia la sensibilidad exagerada del
organismo a la acción de ciertas sustancias orgánicas, alimenticias o
medicamentosas. Ello afecta los sistemas respiratorio, vascular y cardiaco,
produciendo ahogo, caos, taquicardia e hipotensión. Las repetidas picaduras de
abejas e insectos pueden provocar ese tipo de reacciones descontroladas, muy
similares a las que suelen experimentar muchas personas frente a quienes
transgreden los códigos de conducta esperables de los varones.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 8 de agosto de 2013)
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